17 de Diciembre 2004

La jungla subterranea

Es la ley de la selva, sálvese el que pueda, si no tiene usted ya dientes para curtir la piel de foca, tenga la bondad de salir de este iglú y meterse en las fauces de un oso polar. Gracias.

Otra vez de cotilla en el metro, de pie, me veo entrar a una ancianita absolutamente venerable, encorvada, impecablemente vestida, con sus rizos blancos, su carita arrugada cual manzana asada y su broche enorme de bisutería prendido de la solapa del abrigo de paño, osea, ancianita standart 100%.

Ocho personas sentadas miran hacia abajo. Tres estudiantes concentrados en sus apuntes, un señor mirando las fotos de su ámara digital, una señora jugando con el movil, un chico leyendo, una mujer examinando el paquete envuelto en papel de regalo que lleva en el regazo y que juraría son los reyes de su niño, una chica muy rubia, yo diría que extranjera, aferrando su enorme maleta de marca. Nadie levanta la vista y ve a la anciana agarrada a la barra. Absolutamente nadie. Alucino. Las dos personas más cercanas a ella, justo frente a mi, son dos chicas con sus apuntes. Parecen muy concentradas, quizá su visión periférica no es tan aguda como para notar el pequeño bulto encorvado color musgo que es la señora. Aprovechando un vaivén del metro, con ánimo de justiciera, hago como que pierdo un poco el equilibrio y me acerco mucho a una de ellas, mi zapato toca el suyo. Normalmente cuando esto ocurre la gente levanta involuntariamente la vista, aunque solo sea por curiosidad. Nada, ni se inmuta. ¿Excesiva concentración? Dos minutos más tarde obtengo la respuesta cuando la veo mirar de reojo muy brevemente a la anciana. Concentración cero. Poca vergüenza.

Dos estaciones más tarde la tipa recoge sus apuntes y los guarda, levantándose para marcharse. La viejecita se baja en su misma estación. Enhorabuena, señorita, ha conseguido usted hacer pasar de pie cinco estaciones a una mujer de mas de setenta años, mientras usted estaba cómodamente sentada. Claro, que esta solo era la persona que tenía más cerca. Tampoco es que ninguno de esos otros siete viajeros que nos rodeaban, todos entre 15 y 40 años, hiciese ningún esfuerzo por dejar su asiento. Admito que yo no suelo ser la primera que se levanta cuando ve un anciano, o una embarazada, o alguien con muletas, pero si pasan diez segundos y nadie hace nada, no me queda más opción. Porque si no, me sentiría como una mierda.

En otro oden de cosas, para desengrasar, un link sacado de la peich de este caballero.

Escrito por Aranluc a las 17 de Diciembre 2004 a las 02:37 PM
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